Así, en Madureces, El viejo y un labrador y Proposición de un gastrónomo nos hace pensar en la realidad humana y al mismo tiempo nos invita a comer: «Ansioso un higo comía/ -Cuenta a Gil el viejo Arbeloa/ Y ¡tris!, saltó un diente al suelo/ De sólo tres que tenía./ Es bien raro este accidente/ Estando maduro el higo./ Y aquel contestole: -Amigo,/ Más maduro estaba el diente.» La realidad humana, cómo decíamos, y cuenta el siguiente epigrama: «Un viejo a un labrador/ Díjole con cara adusta:/ ¡Pasto al mulo, y del mejor!/ Y él contestó: Sí, señor;/ Tengo del que a usted le gusta.» Ingenioso el dar y tomar. Y el tercer epigrama: «Para poderse comer/ un pichón a cualquier hora-/ Decía Bruno a Isadora-/ Dos al menos deben ser./ -¿Para tan parca ración/ ¿No es bastante con uno?/-Dos deben ser- Dijo Bruno-/ El que come y el pichón.»
Y tras estos juegos de palabras, vayamos a la letra de la receta, teniendo en cuenta que en las proporciones se trata de un pichón por persona: «Asamos el pichón, al horno, en torno a los doscientos veinte grados, durante diez minutos. Luego lo deshuesamos y lo reservamos para pasar a la elaboración de un puré de dátiles, unos cien gramos, pasándolos por la batidora, juntamente con cien centilitros de crema de leche y un poco de sal y pimienta. Después, en un cazo a fuego lento, preparamos la salsa con diez gramos de mantequilla o margarina y dos dientes de ajo bien picados, que en cuanto se hayan dorado, agregamos al recipiente, una tacita de salsa de soja, veinte gramos de hierbabuena y el zumo de medio limón. Hervimos la mezcla y sin que se evapore demasiado la masa líquida, formamos así el plato evocador de sabores».
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