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En mi época, no hacíamos fiesta de graduación. Aunque acabábamos el COU con conciencia de haber cerrado una etapa, no existía la costumbre de celebrar con una fiesta ese final. Las ceremonias de graduación son hoy en día un ritual americano que ha venido para quedarse.

Me gustan los rituales, esos actos que suman el protocolo a la emoción, que unen el reconocimiento y las ganas de fiesta. Se organiza una celebración donde los profesores, los estudiantes y las familias repasan lo que ha supuesto esa etapa del Bachillerato (o de la ESO e incluso del grado porque tenemos tres graduaciones en el presente estudiantil). Es un momento que debería de ser bonito, cercano, de alegría por el trabajo hecho y de ilusión por el futuro.

Naturalmente, los preparativos para la fiesta son complicados. Inmersos en la preparación de las pruebas, no queda mucho tiempo para pensar en el vestido. Es una pieza clave porque sin vestido largo, no hay fiesta. Las jóvenes no pierden tiempo yendo de compras. Adquieren la mayoría de ropa online, a golpe de clic y de visa. Comprarse un vestido sin probártelo, sin tocar la tela con la que ha sido confeccionado, sin ver el corte y la calidad del mismo me parece un despropósito. No se confundan: no me he puesto frívola hablándoles de ropa. Constato cambios generacionales muy grandes.

Ir de compras para mí era divertido, ahora es un trámite rápido; hecho desde casa, sin problemas. Como la ropa siempre se puede devolver, adelante. A mí me gusta ir a las tiendas, conocer a quien me atiende, examinar con mis propias manos lo que se me ofrece. Me encanta comprar en las tiendas de siempre o descubrir comercios nuevos en un viaje.

Aquí no se descubre nada. Hay páginas online que presentan los vestidos de fiesta que están de moda. Los escotes, la forma, el corte en un determinado lugar de la pierna. Cada modelo tiene opciones de colores distintos.

Nada de imaginar la sandez aquella de: iré con mi hija a comprar su vestido de graduación. Eso no se lleva. Las madres pagan. Si tienen algo que decir, no levantan la voz, no vaya a ser que se produzca un estropicio.